Luego de que se diera al mundo el descubrimiento de la ciudadela inca de Machu Picchu, seguramente muchos de nosotros nos hemos preguntado cómo era la vida cotidiana de los incas en Machu Picchu. Y ciertamente para responder a esta pregunta recurrimos a los diferentes estudios realizados por arqueólogos y científicos a lo largo de más de 100 años. Muy pocos objetos han sido rescatados de los Incas en Machu Picchu, lo que hace aún más difícil descubrir la información que nos presentan nuestras comunidades de visitantes. Formalmente, existen una serie de autores que infieren que la antigua ciudad inca habría sido habitada por castas de alto rango, quienes eran atendidas por una gran cantidad de sirvientes, así mismo estos sirvientes procedían de las diferentes etnias de Sudamérica.
Hasta donde sabemos, se sugirió que este lugar solo estaba dedicado al culto y la difusión de actividades religiosas, Machu Picchu era visitado constantemente por peregrinos de todo el territorio del gran imperio Inca. Estos viajeros traían consigo sus propios sirvientes, alimentos y ofrendas y permanecían de 1 a más semanas en el palacio inca, posiblemente buscando meditar y compartir sus conocimientos en los diferentes campos de la tecnología y las ciencias astronómicas. Se sabe que este lugar sagrado fue un centro de poder administrativo, religioso y cultural, regentado por sabios y filósofos de los incas en Machu Picchu. Su acceso al santuario inca de Machu Picchu era muy restringido, sólo pensado para los grandes líderes de los incas.
El sitio arqueológico de Machu Picchu corresponde a una finca real construida por el emperador Pachacuteq y controlada por sus descendientes (o panaca) aproximadamente hasta la Conquista española. La parte más conocida de este territorio es un conjunto arquitectónico finamente construido en un graben entre las montañas de Machu. Picchu y Huayna Picchu para servir como palacio campestre para la familia real, sus invitados y sirvientes. Aunque Bingham se refirió a ella como la “ciudad perdida”, probablemente no vivieron allí más de 750 personas al mismo tiempo. Durante la temporada de lluvias (noviembre-abril), la población probablemente disminuyó a sólo unos pocos cientos de personas, la mayoría de las cuales eran especialistas religiosos y personal de apoyo.
Durante la expedición peruana de Yale de 1912, se encontraron más de cien tumbas, la mayoría de ellas ocultas por los densos bosques nubosos de las laderas orientales del sitio. Concentrados en tres grupos, los entierros generalmente se ubicaban dentro de grietas debajo de grandes afloramientos de granito. En muchos casos, se agregaron muros bajos para sellar estas tumbas simples y protegerlas de animales y otros intrusos. El reducido número de objetos funerarios, su modesta calidad y naturaleza, además de la variabilidad de los restos óseos, indican que se trataba de tumbas de servidores de Machu Picchu y no de entierros de miembros de la familia real o de sus invitados. Los trabajos arqueológicos posteriores en Machu Picchu no lograron descubrir tumbas significativamente más elaboradas que las encontradas en 1912.
Este patrón mortuorio no es inesperado, ya que si los miembros de la élite inca hubieran muerto mientras residían en el palacio de campo, habrían sido transportados a su residencia principal en Cusco en lugar de ser enterrados en Machu Picchu. Debido a que la élite era transportada en camillas y considerando que el viaje a la capital duraba sólo tres días, esta opción no habría presentado serios obstáculos. Análisis de toda la colección osteológica realizado por John Verano, antropólogo físico de la Universidad de Tulane. Concluyó que en la muestra osteológica de Machu Picchu estaban representados un mínimo de 174 individuos. Contrariamente a los resultados de Eaton, encontró que un número significativo de estos individuos son hombres.
Además, la presencia de niños en la muestra de Machu Picchu, incluidos recién nacidos, y la evidencia osteológica de que algunas de las mujeres habían dado a luz, socava aún más la hipótesis de las Vírgenes del Sol de Bingham. Al determinar las edades de los fallecidos en Machu Picchu, Verano encontró una población diversa compuesta por bebés, niños, adultos jóvenes y ancianos. Esta población estuvo dominada por adultos (78% de los esqueletos), con al menos catorce individuos mayores de cincuenta años, considerados viejos para los estándares del mundo prehispánico.
La altura de los sirvientes de Machu Picchu era baja, los hombres promediaban 157,48 cm y las mujeres 149,86 cm. Ninguno de los esqueletos estudiados por Verano medía más de 167,64 cm. Sin embargo, cabe señalar que estudios de los pueblos modernos de habla quechua en el departamento del Cuzco encontraron que la altura promedio de un hombre adulto era de 158,75 cm y la de una mujer adulta de 144,78 cm. Estos agricultores contemporáneos de las montañas son notablemente similares en altura a los de Machu Picchu hace unos quinientos años. A juzgar por los hallazgos de Verano, la población de Machu Picchu gozaba en general de buena salud. Sin embargo, las caries eran un problema común, lo que sugiere el consumo de alimentos ricos en carbohidratos, como el maíz. Asimismo, en Machu Picchu no existen patologías más graves, como fracturas de cráneo provocadas por combates armados. Esta ausencia contrasta marcadamente con los hallazgos en otros sitios prehispánicos tardíos en Cuzco.
De manera similar, la evidencia osteológica de artritis avanzada y otros marcadores de estrés ocupacional fueron sorprendentemente limitadas. Esto sugiere que la carga de trabajo de los yanaconas en Machu Picchu era razonable y menor que en otros tipos de sitios incas. Aunque Verano no pudo confirmar las afirmaciones de Eaton sobre la presencia de sífilis, sí encontró evidencia de tuberculosis y posibles infecciones parasitarias, como lo había hecho. Sin embargo, los sirvientes parecen haber gozado en general de buena salud. Esta conclusión se confirmó por la baja frecuencia de interrupciones en el crecimiento de la formación del esmalte dental. De manera similar, la rareza de la hipoplasia sugiere que la población experimentó pocas enfermedades graves durante su infancia.
Es razonable suponer que la buena salud de los yanaconas de Machu Picchu se basaba en una alimentación adecuada. Debido a que una cantidad limitada de material orgánico ha sobrevivido a las fuertes lluvias y a las fluctuaciones de temperatura en Machu Picchu, nuestra comprensión de su dieta sigue siendo limitada. Sin embargo, los avances recientes en el estudio de la química ósea han proporcionado algunos conocimientos sobre los productos que consumían. La química del colágeno óseo humano refleja los alimentos consumidos durante la vida de un individuo, pero a menudo es difícil interpretar estos datos debido a los resultados similares producidos por diferentes alimentos.
Los incas consumían carne y los abundantes fragmentos de huesos de animales en sitios incas y preincas disipan cualquier duda sobre su presencia en la dieta. Dada su ubicación en un ambiente de bosque nuboso en las laderas orientales de los Andes, ¿qué animales se consumían en Machu Picchu? Según el análisis de Miller, los restos animales más abundantes encontrados en las cuevas funerarias de Machu Picchu fueron los de camélidos domesticados (llama y alpaca), que representan el 88% del total. Cuando en base a este porcentaje se calcula la cantidad de carne que representan, los camélidos constituyen más del 90% de los restos y Miller cree que más del 95% de la carne consumida en Machu Picchu provino de rebaños de alpacas y llamas.
El hábitat natural tanto de la llama como de la alpaca son los pastizales altos y abiertos, conocidos como puna, a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, y no las laderas densamente boscosas debajo de Machu Picchu, entre 2.000 y 2.400 metros sobre el nivel del mar. Algunas zonas de pastizales altos se encuentran a un día de caminata de Machu Picchu y es probable que llamas y alpacas hayan sido conducidas a estas áreas y a otras punas más distantes. Los camélidos domesticados fueron esenciales para el transporte y la producción de lana en todo el Imperio Inca y la presencia de una o ambas especies probablemente haya sido común cerca de Machu Picchu. Tanto las llamas como las alpacas se consumían en la época de los Incas, aunque su papel como fuente de alimento se considera tradicionalmente secundario a sus otras funciones económicas.
En el caso de la muestra de Machu Picchu, los camélidos parecen haber sido principalmente alpacas. Hoy en día, la alpaca es apreciada por su fina lana, además de ser valorada como alimento. Las alpacas generalmente se reúnen en pastizales por encima de los 4.270 metros sobre el nivel del mar, por lo que en Machu Picchu –cuya elevación es de sólo 2.440 metros sobre el nivel del mar– las alpacas son especies exóticas traídas de otra ecozona mucho más alta. Considerando que el tamaño de algunos restos de estos camélidos se sitúa entre las alpacas y las llamas modernas. Al parecer, se llevaban a pie alpacas y pequeñas llamas a Machu Picchu para ser sacrificadas allí y luego preparadas para las ceremonias funerarias. En Machu Picchu, más de un milenio después, ninguno de los camélidos recuperados de los cementerios tenía menos de dos años y el 83% tenía más de tres años. Por lo tanto, en Machu Picchu, las antiguas alpacas y llamas parecen haber sido la carne ofrecida como alimento final a los difuntos yanaconas y sus dolientes. Quizás estos animales fueron pastoreados para obtener lana y puestos a disposición para el sacrificio y distribución a los sirvientes sólo cuando su valor como productores de fibra había disminuido.
Las crónicas españolas del siglo XVI no dejan dudas de que la caza era una de las principales actividades de disfrute de la nobleza inca durante su estancia en los palacios rurales. Las laderas boscosas de las montañas que rodean Machu Picchu habrían proporcionado un entorno excelente para tales actividades, lo que ha sido confirmado por análisis de fauna. Además, a juzgar por sus restos, a los yanaconas enterrados en Machu Picchu se les permitió consumir algunos animales salvajes que vivían en la densa vegetación del bosque nuboso. Entre los huesos, el equipo de Bingham recuperó evidencia de dos tipos de ciervos (Mazana Americana y Pudu mephistopkeles). Ambas especies son nativas del bosque nuboso. Es significativo que sólo existe un fragmento de asta de un venado cola blanca (Odocoileus virginianus), animal que generalmente se encuentra en sitios arqueológicos de la costa y sierra del Perú; Además, no existen ejemplares de taruka (Hippocamelus antisensis), que habita en las zonas altas. Entre los restos de Machu Picchu se encuentran ejemplos de paca subtropical o agutí (Agouti paca), un manjar culinario de los grupos modernos de la selva tropical. Además, en ocasiones los yanaconas pudieron capturar las sabrosas vizcachas (Ligidium peruanum), animales que aún habitan en los afloramientos rocosos que rodean las ruinas de Machu Picchu.
El consumo de estos animales salvajes se complementó ocasionalmente con zarigüeyas (Didelphis albiventris) y roedores de la selva subtropical, como Abrocoma oblativa, un pariente lejano de la rata chinchilla (Miller 2003). Esta evidencia sugiere que existía un patrón de caza en las tierras que rodeaban el palacio real. El cuy domesticado (Cavia porcellus) era valorado por los incas y sus antepasados como un manjar, probablemente porque su carne y su fino sabor proporcionaban un agradable descanso de la dieta baja en grasas y alta en carbohidratos que constituía la dieta diaria en los Andes. Por esta razón, el cuy sigue siendo un alimento popular en las fiestas de la sierra peruana. En Machu Picchu se encontraron dientes de cuy en los alrededores de dos cuevas, lo que confirma que su carne era consumida como parte de rituales funerarios.
A juzgar por los hallazgos de Verano, la población de Machu Picchu gozaba en general de buena salud. Sin embargo, las caries eran un problema común, lo que sugiere el consumo de alimentos ricos en carbohidratos, como el maíz. Es razonable suponer que la buena salud de los yanaconas de Machu Picchu se basaba en una alimentación adecuada. Debido a que una cantidad limitada de material orgánico ha sobrevivido a las fuertes lluvias y a las fluctuaciones de temperatura en Machu Picchu, nuestra comprensión de su dieta sigue siendo limitada. Sin embargo, los avances recientes en el estudio de la química ósea han proporcionado algunos conocimientos sobre los productos que consumían. La química del colágeno óseo humano refleja los alimentos consumidos durante la vida de un individuo, pero a menudo es difícil interpretar estos datos debido a los resultados similares producidos por diferentes alimentos.
Con base en estas cifras, llegamos a la conclusión de que, aunque se consumía maíz, no era un cultivo importante y probablemente constituía menos del 25% de la dieta. Los resultados de los análisis de la química ósea de los restos de Machu Picchu ofrecen un contraste fascinante. Los resultados indican que la mayor parte del carbono en el colágeno óseo se derivaba del consumo de los sirvientes en Machu Picchu y, para la mayoría de las personas, constituía entre el 60% y el 70% de la dieta utilizada para producir colágeno óseo. . Aunque es notablemente alta, esta cifra probablemente subestima la importancia del maíz en la dieta total.
Si bien los estudiosos han apreciado durante mucho tiempo la importancia del consumo de chicha en los rituales incas, el valor relativo del maíz en la dieta ha sido un tema de debate. La papa y otros cultivos de gran altitud originarios de los Andes se adaptan mejor que el maíz a los ambientes montañosos del Cusco. Hoy en día, en la sierra del Perú, el maíz todavía se considera un lujo que se consume en vacaciones para romper el tedio de una dieta dominada por los tubérculos. Entre los incas, las asociaciones del maíz con la élite plantean la posibilidad de que, incluso si el maíz fuera el alimento principal entre la clase alta, pudo haber sido menos importante para los sirvientes de la familia real y sus invitados que los alimentos de las alturas. cultivados en plantaciones asociadas, como papa, quinua y chocho (un tipo de lupino). El famoso erudito inca John Murra sugirió que el papel destacado del maíz en los rituales incas reflejaba su especial importancia simbólica y su asociación con el estado, más que su importancia en la nutrición diaria. Si bien el argumento de Murra es plausible, la gran muestra y la consistencia de los resultados del análisis de isótopos estables de huesos humanos dejan pocas dudas no sólo de que los sirvientes y demás personal de Machu Picchu tenían acceso al maíz, sino que constituía la base de su dieta.
Cuando el maíz se combina con frijoles y otros cultivos, es una fuente extremadamente rica de proteínas y otros nutrientes. La buena salud de los yanaconas de Machu Picchu, tanto hombres como mujeres, era en cierta medida resultado de esta dieta imperial. A diferencia de un estudio previo de las poblaciones provinciales incas en la sierra central, no se encontraron diferencias significativas en el consumo de maíz entre la población masculina y femenina de Machu Picchu.
El papel central del maíz como alimento básico de la población de Machu Picchu es consistente con los hallazgos de Verano en la muestra de Machu Picchu de numerosas caries dentales, probablemente el subproducto de una dieta rica en maíz. A juzgar por el estudio de isótopos de carbono, los alimentos vegetales distintos del maíz constituían una proporción pequeña pero significativa de la dieta. Desafortunadamente, el análisis de isótopos de carbono estables no proporcionó información sobre cuáles eran estos productos. Una fuente alternativa de evidencia relevante proviene del polen microscópico que se ha conservado desde la ocupación inca en las terrazas del flanco oriental de Machu Picchu.
El análisis del polen aún es poco común en la arqueología de los Andes centrales, pero se ha vuelto más común en las últimas dos décadas. Debido a que la estructura del polen es en gran medida inorgánica, no se descompone como la mayoría de los otros alimentos. Dependiendo de la composición del suelo, y a pesar de las fuertes precipitaciones, el polen puede permanecer intacto durante milenios. Tras un estudio del arqueólogo peruano Alfredo Valencia Zegarra y el hidrólogo estadounidense Ken Wright, se tomaron muestras de suelo de las terrazas agrícolas de las laderas de Machu Picchu y se extrajo polen. Cuando se analizaron, los resultados indicaron que los cultivos en estas terrazas incluían papas, una leguminosa no identificada y maíz.
Durante la estación seca, la vida cotidiana en Machu Picchu probablemente se centraba en la familia real y sus necesidades. La arquitectura pública que domina el sitio arqueológico continúa evidenciando los aspectos públicos y privados de las actividades necesarias para el mantenimiento y entretenimiento de estos individuos; mientras que los yanaconas de Machu Picchu, que constituían la mayoría de los habitantes del sitio, servían principalmente de apoyo a la población de élite, pero también se dedicaban a otras actividades productivas. Estas tareas rutinarias se reflejan en los artefactos recuperados en Machu Picchu. Se podría especular que tales actividades productivas pueden haber sido más intensas durante los meses en que la familia real no visitaba el palacio de campo. Entre estas actividades secundarias, se encuentran la producción textil, certificada con base en la presencia de ruecas para hilar y herramientas de hueso para tejer (conocidas como Wichuña en quechua) y la producción lítica, según la presencia de pequeños objetos de esquisto en el proceso de tallado. La metalurgia parece haber sido especialmente importante en Machu Picchu.
El sitio está bien ubicado para esta actividad debido a la presencia de abundante cantidad de combustible, y su configuración expuesta habría favorecido el uso de hornos y otras técnicas para aprovechar el viento. Algunas de las mejores pruebas de las actividades metalúrgicas en Machu Picchu provienen de análisis de laboratorio realizados en colecciones recuperadas por la expedición peruana de Yale de 1912. De los aproximadamente 170 artefactos metálicos recuperados durante las excavaciones de Machu Picchu, se han identificado 15, como reservas de metal puro. metal, trabajos en curso y materiales de desecho resultantes del trabajo metalúrgico. El estudio detallado de estas piezas por parte de Robert Gordon –profesor de Yale especializado en historia de la metalurgia– y su alumno John Rutledge ha arrojado nueva luz sobre los tipos de actividades metalúrgicas que tuvieron lugar en la finca real de Pachacuteq. La mayoría estaban relacionadas con la fabricación de objetos de bronce y estaño, una aleación de cobre ligada al Estado Inca.
Durante el asentamiento de la sociedad Inca por más de 100 años en la ciudad Inca de Machu Picchu. Las sociedades andinas se unieron para organizar las principales festividades agrícolas y culturales de sus antepasados. Al estar ubicada sobre un promontorio granítico rodeado de nevados como el Verónica y el Pumasillo, la mansión sagrada de Pachacuteq fue conceptualizada como el área de ritualidad más grande. Los sacerdotes andinos fueron grandes sabios, que dominaban a la perfección los conocimientos de astronomía, química, medicina, filosofía, etc. Fueron formados desde niños en los grandes centros educativos, y desde allí el emperador los distribuyó por todos los territorios del gran Tawantinsuyo. , para que pudieran enseñar a las próximas generaciones la cultura Inca. Según los registros de los primeros cronistas que llegaron durante la invasión española, pudieron notar que los incas eran una sociedad agrícola, y que muchas de sus actividades festivas estaban determinadas por observaciones astronómicas. Para ello, el gobernador inca ordenó la construcción de Nomones, que son un tipo de pilares de piedra, que se construían en las cimas de los cerros por donde salía y se ponía el sol.
La cultura Inca determinaba sus días del mes en base a las fases de la luna, tanto es así que nunca celebraban sus fiestas en fecha equivocada. Se cree que el emperador Inca podía visitar Machu Picchu al menos una vez al año, típico de una de las dinastías más poderosas de Sudamérica. Curiosamente se sabe que antes de participar en estas festividades incas, todos practicaban el ayuno, como reverencia hacia sus deidades o tótems. Y luego procedían a tomar una bebida sagrada, principalmente chicha o también masato. Si realmente el individuo quisiera trascender en el plano astral, quizás alguna de las bebidas sagradas como la ayahuasca, el cactus San Pedro de donde surge la Mescalina, o también las semillas del Huillca, podemos inferir todo esto, desde las culturas antiguas anteriores a los Incas. , siempre fue una práctica común, el uso de plantas que generan sensación de visiones, siendo la sustancia psicoactiva el DMT.
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